Sinesio Delgado fue un prolífico escritor y periodista que se propuso elaborar una especie de guía descriptiva de la España de finales del siglo XIX. La empresa habría de llevarle 4 años recorriendo la geografía española (por provincias en orden alfabético), acompañado por el dibujante Ramón Cilla. Las crónicas se iban publicando en el semanario Madrid Cómico, del cual era director. Pero el desinterés de los suscriptores por su obra y problemas de salud le hicieron abandonar prematuramente esta labor, completando solo las provincias de Álava, Albacete, Alicante, Almería, Ávila, Badajoz, Barcelona, Burgos, Cáceres, Cádiz y Castellón. Con el título de España al terminar el siglo XIX: apuntes de viaje 1897-1900 se publicaron como obra inacabada en el número 775 de Madrid Cómico, último número editado bajo su dirección.
Y cuando, pasados los siglos, los curiosos encuentren estos insignificantes apuntes en los puestos de libros viejos o en los rincones de las guardillas, surgirá ante sus ojos, palpitante y viva, la generación presente con sus tipos, sus y trajes, sus costumbres, sus viviendas, sus monumentos, los campesinos labrando la tierra, los obreros trabajando, las fábricas, teclas las manifestaciones de la vida intelectual y material, la industria, el comercio, las artes, los medios de locomoción y de transporte, los cantos populares, las tradiciones, las fiestas públicas, la intimidad de los hogares, las leyendas, la alegría y el dolor, las virtudes y los defectos.
IX
El tren correo entra bordeando una barriada de Hellín á medianoche. Se ve la población, espléndida y profusamente iluminada por la luz eléctrica, tendida en un ribazo, coronada de esplendoroso nimbo como un paraíso abandonado.
Las huríes de hermosura excepcional, orgullo de 1a provincia, duermen el sueño de los justos.
Dista la villa de la estación más de un kilómetro, y todo el trayecto, por una buena carretera, se hace bajo la iluminación de potentes focos que dan al camino cierta novedad y fantasía. No de otro modo estarán alumbrados los senderos del cielo de Mahoma, donde es sabido que esperan al viajero bellísimas mujeres de ojos brillantes y undosos cabellos negros como el azabache.
Pensando ¡ay! en ellas cruzamos una porción de calles solitarias y silenciosas y nos dormimos poco después, cómodamente instalados, en la patria de Perier, Macanaz y el general Cassola.
Es Hellín una de las principales poblaciones, tal vez la principal, de la provincia de Albacete, incluyendo la capital misma. Desde la torre de la ermita del Rosario se domina la gran extensión de terreno que ocupa con sus casas de color de tierra, que le dan cierto tinte de tristeza monotona, y se adivina, por la hermosura de la vega murciana que se extiende allá abajo y por la frondosidad de los montes que se adivinan en la lejanía la imponderable riqueza de su término.
Efectivamente, en las riberas del río Mundo, célebre por la cascada que en la montaña de Alcaraz constituye su origen, y que á corta distancia de Hellín une su caudal al del Segura para fertilizar juntos la huerta murciana, en esas riberas, digo, se encuentra, en asombroso conjunto, la flora de todos los países. Las palmeras del Mediodía al lado de los pinos del Norte, los nardos junto al maíz, los olivos entre las viñas, las chumberas festoneando los campos de trigo, y toda clase de árboles de riquísimos frutos esparcidos en huertas, prados y jardines.
No hace muchos años, cuando las difíciles circunstancias económicas por que que atraviesa la Nación no habían secado ó empobrecido las fuentes de riqueza, la producción del esparto en el término de Hellín era tan grande que hubo temporada en que produjo al Ayuntamiento 70.000 duros el beneficio de este vegetal en los montes municipales. Por ahí pueden calcularse las proporciones que alcanzaría la explotación.
Notable es esta ermita del Rosario desde cuya torre estoy enterándome de la topografía.
Fundada muchos siglos hace, utilizada por los moros como mezquita, créese que aprovecharon después el templo los muzárabes, y hoy, blanqueada, restaurada y limpia, parece acabada de Ievantar junto á las ruinas del castillo, del que no quedan más que unos cuantos paredones que apenas bastan á dar idea de la fortaleza de otros tiempos.
Se guardan en la ermita los pasos de Semana Santa, entre ellos algunas buenas esculturas de Zarcillo, descollando una Dolorosa al pie la cruz, de indudables belleza y mérito. A su lado figuran una imagen de la samaritana al pie la cisterna, con la jarra en la mano y vestida ¡ay! con un elegantísimo traje á la Pompadour, costeado, sin duda, en la época de la propia Pompadour por un católico ferviente, y un sayón de los que van azotando á Cristo, con casco, celada, armadura y vestimenta del Gran Capitán nada menos.
A la bajada del castillo, con la fachada principal en la Plaza Mayor, está la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, hermoso templo de gusto ojival echado á perder con blanquete, como casi todos los monumentos españoles, y al cual da acceso una escalinata de piedra que salva el declive del terreno.
En esta plaza está la casa-ayuntamiento, con un salón de sesiones recién construido y adornado con una elegante severidad que encanta y suspende, y adosado al edificio está. el parque de bomberos, modelo de aseo, de orden y… de precaución. Todos los trajes, colgados en sus correspondientes perchas, son flamantes; los instrumentos brillan de puro limpios y los aparatos de salvamento, cuidadosamente conservados, pueden empezar á funcionar sin tropiezo en el momento preciso.
Más abajo, casi en las afueras, se ven los restos de un teatro monumental que pretendieron levantar los hellineros para su esparcimiento y solaz durante las ferias, única época del año en que suelen caer por allí compañías trashumantes. Dios castigó su audacia no permitiendo que se concluyeran las obras, y el edificio se desmorona lentamente sin que en su recinto haya retumbado un solo ripio del moderno ni del antiguo repertorio.
Más allá se está edificando, con fondos reunidos por suscripción popular, una magnífica casa-asilo capaz de contener en sus salas la mitad de los habitantes de la villa; precaución laudable, pero, afortunadamente, inútil, puesto que son ellos, activos y trabajadores y saben sacar producto al pedazo de suelo que les deparó la fortuna.
Por último, en el camino de la estación se alza una amplísima plaza de toros, donde se echa la casa por la ventana durante las fiestas haciendo trabajar á las estrellas del arte taurino. No hemos podido presenciar corrida alguna; pero, según informes de personas de buen gusto y dignas de crédito, es verdaderamente maravilloso el aspecto del circo en los momentos solemnes… por la apiñada multitud de mujeres bellísimas, que realzan su hermosura con lo mejor del cofre.
X
Y sí son de veras guapas, y frescas, y arrogantes mozas las hembras de Hellín.
Viéndolas se comprende la atmósfera de entusiasmo que corre por toda la provincia y la pecaminosa admiración con que de ellas se habla en todas partes.
Altas, esbeltas, elegantes, con ojos muy grandes y muy negros, el color cetrino, la nariz aguileña, los cabellos abundantes y aterciopelados, majestuosas en la marcha, incitantes en la mirada, provocadoras en la sonrisa, todas parecen cortadas, por un mismo patrón, por el patrón que usa Dios para sus criaturas predilectas.
¡Ángeles míos! Es decir, míos, no, desgraciadamente. Ni de Cilla tampoco, me consta.
Porque hemos podido en un café servido por camareras, acompañados ¡eso sí!, y dicho sea en descargo de nuestras conciencias, por las personas más importantes de la localidad, que, según espontánea confesión, no acuden allí por las chicas, sino con fines más artísticos y loables. Efectivamente, en un tabladillo, levantado en un rincón del establecimiento amenizan las veladas un tenor cojo que además de la cojera tiene una voz de primer orden que para sí quisieran algunos artistas de zarzuela grande, y una modesta tiple, que le acompaña como puede buenamente, no en la cojera ni en la voz, sino en las canciones más en boga. Días antes de llegar nosotros había funcionado en el mismo coliseo otra muchacha dedicada exclusivamente á lucir todos los trajes de mallas inventados hasta la fecha. Pero las personas formales, que no iban por las camareras tampoco habían ido por las mallas, sino por la voz dulcísima y bien timbrada del cojo.
Para quitar á ustedes el amargor de boca hablaremos del cáñamo. Entre col y col bueno es poner una lechuga.
Seré breve.
El cáñamo, una vez seco, se arranca: se desgrana la espiga, separando los cañamones, y hechos los haces, se les sumerge en balsas á propósito con objeto de que se pudran. Estas balsas, como es de suponer, despiden un olor característico, que no es parecido al del ámbar y que levanta en alto.
Cuando se calcula que está en su punto la podredumbre, se saca de las balsas y se pone á secar. Luego se le quebranta machacándole por medio de unos sencillos aparatos compuestos de mazas y tablones, y en seguida se desfilacha y carda convenientemente.
Convertido en estopa, queda dispuesto para hilar, y ésta es la operación más curiosa é interesante.
Una rueda giratoria, movida generalmente por un muchacho, pone á su vez en movimiento, por medio de una correa que hace dar vertiginosas vueltas á un carrete, una espiga de metal unida al carrete mismo y á la cual se atan los primeros filamentos. El ó la que hila, con gran cantidad de cáñamo rodeado á la cintura, va andando hacia atrás y soltando estopa en la medida exacta y proporcionada. al tamaño de la cuerda que se fabrica, estopa que queda convertida en hilo gracias á la rápida rotación de la espiga del carrete. Causa pena ver en los extensos cobertizos á los pobres hilanderos, hembras y varones, encorvados, silenciosos, marchando acompasadamente hacia atrás por los senderos grabados en la tierra por generaciones de obreros.
Pero sin bramante y sin maromas no se puede vivir, y es preciso que alguien los haga.
Las tradicionales fiestas de Semana Santa en Hellín, de remoto origen que se ignora en absoluto, se celebran de un modo estruendoso y desconocido en el resto de la cristiandad.
Ello es bien sencillo. Todo el mundo tiene un tambor y todo el mundo lo toca, sacando fuerzas de flaqueza, si es menester, porque el quid de la gracia está en hacer más ruido que el vecino. Así, mientras la Iglesia conmemora y celebra los misterios de nuestra redención, millares de personas, repiqueteando desaforadamente en los descomunales parches, ensordecen la población y atruenan las cercanías con redobles verdaderamente espantosos.
Es también curioso el espectáculo de los nazarenos que recorren en tan solemnes días las calles, repartiendo á diestro y siniestro caramelos cilíndricos, de fabricación especial, propia de Hellín.
A tal punto ha llegado esta costumbre de repartir caramelos que, según dicen, ha habido año en que los confiteros han vendido quinientas arrobas sólo en Semana Santa…
Hemos terminado la excursión á Hellín con una visita á la frondosa huerta del juez municipal. Nada puede pedir allí el gusto más refinado, en punto á frutas, que no le ofrezcan y sirvan inmediatamente.
Hay, sobre todo, unos higos de distintas clases que convidan al atracón peligroso.
¡Qué higos, María Santísima, los de la huerta del juez!
¡Y qué hijas las del propio cosechero!
¡Dios se las conserve!