Artículo de Luis Redondo Martínez, abogado y periodista —y también aficionado a la fotografía—, que resultó premiado en los Juegos Florales de la Feria de Hellín de 1929. Se publicó en el periódico Defensor de Albacete del 6 de noviembre de ese mismo año.
Al florecer los almendros
Hellín por Cuaresma y Semana Santa
por LUIS REDONDO
«Artículo descriptivo de las fiestas de la Semana Santa hellinera» que ha obtenido el premio del señor Director del «Defensor de Albacete», en los Juegos Florales celebrados recientemente en Hellín.
Para un forastero, para quien no esté en el secreto, este redoblar tambores y sonar clarines que se escucha el Miércoles de Ceniza, sin duda significaría algo como el eco, de la algarabía carnavalesca que aún duraba el anterior amanecer. Mas un hellinero bien sabe lo que es: es que comienza la Cuaresma: es que la Semana Santa no tardará en llegar, y hay que ir “templando” los tambores y afinando los clarines, para ponerlos a punto de su mayor y más clara sonoridad; la “templadura” se prolonga toda la Cuaresma, y particularmente los viernes y domingos, los parajes aledaños al Calvario y caminos que a él conducen, nos dan la sensación de haber sido tomados militarmente: tal es el estruendo de tambores y trompetas. Peregrino contraste este que ofrecen los desaforados “templadores”, y los grupos de mujeres casi todas enlutadas, que por el camino de las Columnas suben rezando los Pasos con gran unción y recogimiento… Los almendros han florecido: un vientecillo suave y perfumado aletea acariciador: murmuran las acequias: chispean las miradas juveniles al cruzarse: recuerdos gratos y esperanzas halagüeñas comunican una grata emoción al espíritu…
Es Viernes de Dolores: noche primaveral: la Luna comienza a acuchillar el cielo arrancándole chispas de estrellas, y la cumbre del Calvario aparece profusamente iluminada. Por caminos y senderos se dirige al Santo lugar una multitud de la que solo se vislumbran sombras borrosas y movibles y rumor de animadas conversaciones sostenidas casi siempre a voz en grito, para que el clamor de tambores y clarines permita entenderse. En lo alto, la Capilla del Santo Sepulcro, cruje de luz y de destellos de los ornamentos. Y en una bandeja colocada entre dos candelabros delante de la Efigie de Cristo yacente, sobre todo las mujeres, y sobre todo jóvenes, van depositando sus óbolos con los que tal vez pretenden la propicia intervención de la Divinidad; en no se sabe que proyectos o ilusiones a realizar… En la penumbra, los grupos y las parejas, en confiada intimidad, poco a poco se van alejando. Y lo último que queda es algún tamborilero recalcitrante, turbando la augusta serenidad de la noche; con redobles cada vez más lejanos…
Por las calles se van viendo múltiples caras desconocidas; y van llegando también, los hellineros a quienes las exigencias, de la vida desparramaron por otros lugares. .¡Oh qué bién sabemos los hellineros a Quienes alguna vez nos ha cogido ausentes esta época, del tremendo anhelo de volver a la patria chica, y de la no menos congoja, si acaso no hemos podido ¡satisfacer tal ansia!…
Si fuese posible {contar el Miércoles Santo cuantos hellineros hay fuera de Hellín; sabríamos también, el número exacto de otras grandes y amargas contrariedades que hay por esos mundos… Se adornaron os balcones con emblemas triunfales de palmera, y llega LA SEMANA SANTA.
No es durante toda ella: es solo a partir del Miércoles santo, cuando se exalta hasta el límite el sentimentalismo de Hellín, y comienza la serie de actos tradicionales y característicos, cuya fama va extendiéndose cada vez más.
Por fin, ¡por fin! es el Miércoles; desde medio día, de vez en vez, comienza a oírse algún que otro redoble, válvula de escape de los impacientes; pero al sonar las dos, como si el badajo de la campana del reloj hubiese dado en un fulminante, un estruendo pavoroso de explosión surge de todas partes, y súbitamente las calles son invadidas por nazarenos que cubiertos con túnicas y capuces que solo dejan ver los ojos, redoblan tambores y hacen vibrar clarines a centenares; es imposible sostener una conversación; y cuando por junto a nosotros pasan concertados unos cuantos nazarenos tocando el mismo redoble, trepida todo nuestro cuerpo, como si sus partes componentes fueran a desintegrarse.
¿De donde dimana, cual es el origen de esa costumbre que viene a turbar el tradicional recogimiento de estos días? Nada fehaciente nos lo dice: sólo la tradición ha hecho llegar hasta nosotros el relato de que en tiempos de moros, el Pueblo, desguarnecido y con muy poca gente, pudo eludir un ataque de aquellos, haciendo sonar cada uno de los vecinos, trompeta o tambor; y el enemigo creyendo ante tal estruendo que tendría que habérselas con numerosas huestes, volvió la espalda y a todo correr se alejó de estos parajes; ¿cierto? ¿incierto?… la imaginación, la fantasía tienen atribuciones para crear estas consejas; y el tiempo luego, las va cubriendo con una patina de verosimilitud.
A medida que se aproxima la hora de las cuatro, van apareciendo nazarenos vistosamente ataviados con túnicas flamantes de colores varios según la Hermandad a que pertenecen; rebrillan los báculos y los dorados de los estandartes y cruces que llevan; y dan una nota de vivo color al mezclarse con los tamborileros, que en general se envuelven con túnicas viejas o un tanto desastradas.
El gentío va estacionándose en la Plaza junto a las gradas de la Iglesia, o parte de él se llega hasta la Ermita del Rosario para presenciar la salida un tanto penosa de los Pasos que allí se guardan.
Por las calles que afluyen de la parte alta de la Plaza, aumenta el estruendo. Gran tropel de tambores vienen por allí desde la Ermita, de donde ya han comenzado a salir las imágenes. Pasa la turbonada, y queda corno una paz de remanso; .a lo lejos, sigue percibiéndose un inacabable fragor…
Aparece la Cruz en hombros de nazarenos, como todos los Pasos que la siguen.
Al llegar la Cofradía vestida de verde con banda amarilla y báculos rematados por palmeritas, hay revuelo entre la gente, que ávida mira hacia donde a poco, sobre un pelotón de cofrades vigoroso, con las caras congestionadas y el cuerpo contraído por el esfuerzo, llega el Paso de la Oración del Huerto; este es, el famoso Paso Gordo, que dá el espaldarazo de hombre duro y castizo al que se arresta para ser uno a llevarlo; a una señal del Mayordomo, el Paso se detiene descansando en diez y seis gruesas horquillas, mientras el pecho de los que lo conducen se hincha en una profunda aspiración que sugestionados imitan los espectadores.
Precedido de magnifico estandarte verde y grana y de numerosos cofrades, llega después el imponderable Paso de los Azotes, joya escultórica de Salcillo, de la que nos mostramos orgullosos, aunque no se la dispensa la atención que merece, para restaurarla, y preservarla de las injurias del tiempo y de los hombres.
De allá, aún lejos, llega un alarido, como una imprecación; el alarido lo lanzan unas trompetas gigantescas conducidas sobre ruedas, trasunto de las Apocalípticas que marchan delante de los Pasos de la Magdalena y San Juan, y vulgarmente conocidos por los CARRICOS de esas Imágenes.
Van desfilando otras vistosas Cofradías con sus respectivos Pasos: y al aparecer la última, poco a poco se hace un silencio reverente; se oyen como quejas, de violines y cánticos litúrgicos, y como si pasara una fría ráfaga, se estremece la multitud que va hincando en la tierra sus rodillas. Es que llega la DOLOROSA: la Efigie amada y predilecta de todo hellinero, bien crea en la protección que de ella puede recibir, o ya goce espiritualmente, extasiándose ante una magnífica obra de arte ¡Oh qué imponente la expresión de angustia de este rostro inanimado!; todo en él es sereno: ni una contracción, ni la más leve mueca; y sin embargo, efluvios de intenso dolor emanantes de aquella faz: pero de ese dolor que a fuerza de ser cruel, embota, anonada y adormece la sensibilidad, dejándola incapaz hasta de proferir quejas que lo exterioricen. Aquellos ojos se alzan acongojados al cielo, como en visión de un alma adorada que por él asciende, o corno en demanda de justicia, o como en amargo o suave reproche a Alguien que solo ellos ven… Son de cristal, pero mirándolos con fijeza producen estremecimiento; porque parecen tener vida intensa, temblar levemente dejando fluir con mansedumbre lágrimas inagotables que se deslizan despacio por las Divinas mejillas…
Jueves Santo: quietud: recogimiento que aún parece mayor en contraste con e1 estruendo de horas pasadas. Nuestras mujeres, en la penumbra del Templo en donde se rememora la encarcelación de Cristo, enmarcadas en las filigranas de la mantilla, aparecen como esas flores que solo nos brindan sus matices y perfumes, al crepúsculo del día que muere; y cuando el símbolo del Redentor traspone la entrada del severo Monumento, en muchos ojos encantadores tiembla una lámina de líquido cristal… Con el rito de la última Tiniebla coinciden las primeras de la noche; y como a un-conjuro surge fuera, en las calles, como un bramido o clamor de imprecación; es que vuelven a irrumpir tambores y clarines, que sin cesar ya atronarán hasta mediar del siguiente día en que se recogerá la Procesión que al amanecer del Viernes irá al Calvario. ¡Oh gozosa noche!… hasta los aficionados vergonzantes por sus años o posición social, dan unos redobles; y no es extraño que mujeres escudadas en el anónimo de la túnica y el capuz bajo pero que no basta a disimular su condición, ataquen el parche con denuedo…
Es el amanecer de VIERNES Santo. Ténue claridad, albor del día que llega, va pronunciándose sobre 1a crestería del Cerro del Pino; el manto de la noche se esclarece con luz violada; y las estrellas se desvanecen poco a poco en polvo de oro que el sol viene difundiendo por los cielos.
Nazarenos pálidos y ojerosos, pero incansables en su pertinaz tocata, se dirigen ya hacia el Calvario. Otros, con pies descalzos, túnicas sombrías y pesados maderos de penitencia,marchan lentos y como humillados a buscar la imagen tras la que por un ofrecimiento, caminará. En la Plaza, junto a la Iglesia, otra vez se forma la Procesión entre rebrillar de ornamentos algarabía de gorriones que triscan por las ramas cubiertas de tiernos brotes y arrullos de palomas que enamorándose hacen equilibrios en los aleros…
Apresuradamente, por caminos y sendas, muchedumbres van hacia el Calvario por entre regatas y árboles florecidos. Ya hormiguea la Colina; pequeños grupos de nazarenos, aquí y allá, tambor en tierra, se regodean con suculentos almuerzos, y cuando vislumbran a las gentes hellineras que suben a bandadas, se deshacen en obsequios, chicoleos y piropos.
El espléndido panorama que se divisa desde la explanada junto a la Ermita, se rasga con vivos destellos; son los fulgores que el sol arranca a la Procesión que ha aparecido allá abajo y que despacio se aproxima serpenteando por la vega a la que decora con los vivos colores de las cofradías.
Se produce revuelo en la multitud: es que llega la Cruz. La subida del “Paso gordo” por la penosa y escarpada cuesta, nos produce un ligero tremar de angustia, que del todo no se desvanece hasta que pasan los Azotes y la Caida; y luego de desfilar todas las Hermandades con sus imágenes, y de un sentido Motete ante el Cristo crucificado que junto así tiene a su Madre y a Juan, la gente se desbanda hacia la ciudad.
Vuelve la Procesión, y delante el ensordecedor estruendo que parece estrujar a la gente en las aceras y arrancarle racimos que quedan prendidos en los balcones; y al mediar el día, ha concluido el desfile, no sin que antes la DOLOROSA se despida de su Pueblo desde las Gradas de la Iglesia, en medio de aclamaciones, músicas y emoción que a muchos les pone húmedos los ojos…
Al crepúsculo vuelve la animación a las calles, pero comedida; y aún lo parece más, por el contraste con el tumulto de pocas horas antes, que dejó en los oídos un persistente rumor de trueno lejano. De noche cerrada, se abren de par en par la puertas de la Iglesia y por ellas aparecen sucesivamente los Pasos del Santo Entierro; van cuajados de luces en bombas translúcidas, y vistos acusándose fuertemente en lo oscuro, son como unos fuegos de artificio, silenciosos, sin estallidos ni chispas crepitantes, que lejos de poner en tensión los nervios, los sumen en suave y mágico encanto. Uno más, prestan las bocas que en penetrantes saetas con letra popular, glosan la Divina tragedia mientras pasa la Procesión.
Y al terminar esta, las calles se despueblan casi por ensalmo: El silencio que ensoñorea rápidamente de la ciudad, que a poco duerme bajo las alas de plomo del cansancio…
Hasta hace pocos años, con el “ENTIERRO DE CRISTO”, acababa la conmemoración de la Tragedia del Gólgota, más el espíritu moderno ha añadido al tradicional otra ceremonia: la Procesión DEL RESUCITADO que se celebra el Domingo de Pascua, también entre el bramido de tambores y cornetas. Una Efigie nueva se ha sumado a las antiguas, la de Cristo Resucitado, que allá en el mismo Calvario tiene el encuentro con su Madre, entre salvas atronadoras, acordes de marchas triunfales y vuelos de palomas…
Ha pasado otra Semana Santa, dejándonos con una ilusión menos, y un recuerdo más, matizado de vaga tristeza.
FUENTE: Biblioteca Digital de Albacete