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¡Que sea igual que aquella!

En el ABC de 30 de diciembre de 1939 Francisco Casares firmaba un artículo sobre el arraigo de la imagen de la Dolorosa en el pueblo de Hellín. Por aquel entonces se le había encargado la copia de esta a Coullaut-Valera y se recogía la preocupación existente entre los hellineros por el parecido final con la obra original.

¡QUE SEA IGUAL QUE AQUELLA!

Los vecinos de un pueblo español han pedido a un escultor de fama que les reproduzca su Dolorosa, que fué destruida por los rojos. Esa Virgen de Salzillo. Una de las más bellas imágenes del famoso escultor. Y para que el artista a quien ahora se encomienda la difícil copia sepa y conozca bien cómo era la que desapareció, los vecinos, cada vez que le hablan, en grupo o individualmente, se echan mano a la cartera y sacan una estampa, una fotografía:
—Mire usted. Así era.
Y suelen añadir:
—Por lo que usted más quiera, no se deje llevar de su propia inspiración. Hágala igual, completamente igual. Si no, no la querremos.
Y alguno de estos peticionarios ha añadido:
—¡Ay, si yo fuera escultor! Porque la Virgen, nuestra Dolorosa, la veo ahora tal como era. Ninguno de Hellín—que éste es el pueblo—podrá olvidarse nunca de un solo rasgo de la imagen. La llevamos “dentro”.
He aquí un ejemplo típico de cómo es España. Ninguno de Hellín podrá olvidarse. Hubo muchos que afrontaron el riesgo de llevar, por los caminos y los azares rojos, la estampa en la cartera. La quieren, otra vez, igual, tal como era. Y, sin embargo, gentes del mismo pueblo la “asesinaron”. ¿Qué ola de locura se metió por comarcas y lugares? ¿Qué maldición de Dios cayó sobre las tierras de España para que fuese posible que los que aprendieron las primeras oraciones bajo una imagen, los que recibieron junto a ella las aguas bautismales, los que se casaron a los pies de su altar, pudieran un día llegarse hasta ella y, sin duelo ni temblores, la apuñalaran o la llevasen a la hoguera? Se les dijo, sin duda, que la Virgen era “fascista”. Y la emprendieron a golpes, entre blasfemias y espumarajos de rabia, contra una obra maestra que, si en lo artístico no tiene precio, en su valor simbólico es nexo de conciencias, sutura moral de ilusiones y ufanías, denominador común de creencias y sentimentalismos.
Acude, ahora, a mi recuerdo, la impresión que me hizo ver en La Rábida un retrato de Colón, apuñalado. Sobre el lienzo se abría una tremenda brecha: la de un navajazo que manos rojas dieron al cuadro en los escasos días que Huelva estuvo en poder de los marxistas. Creyeron que se trataba de la efigie de un santo. Para los rojos no había historia, ni cultura, ni respeto. Colón no les decía nada, absolutamente nada. Las imágenes, tampoco. Ni siquiera en su valor artístico.
La ilusión de los que ahora quieren ver, de nuevo, a su Virgen, tal como era, le devuelve a uno, en cierto modo, la satisfacción de ser español. Porque en tanto quede en los espíritus una pequeña dosis—por corta que ella sea—de afición a los símbolos, de amor por lo que tiene rasgos tradicionales, estaremos salvados. Los que “asesinaron” a la Dolorosa de Hellín eran los locos, los contaminados. La minoría, en suma. Los más y los mejores son estos que reclaman que la imagen sea igual que la otra, los que la llevaban en su cartera, afrontando el peligro de registros y la seguridad dramática de las represalias, los que, en fin, dicen que quisieran ser ellos mismos escultores porque, entonces, no tendrían duda de emprender la copia, ya que la imagen, tal como presidió durante el paso de sucesos, hombres y generaciones, la vida del pueblo devastado, “la llevan ellos dentro”.

FRANCISCO CASARES

FUENTE: Hemeroteca de ABC