Artículo de Alejandro Tomás, escritor y periodista, que recibió un accésit en los Juegos Florales de la Feria de Hellín de 1929. Se publicó en el periódico Defensor de Albacete del 20 de noviembre de ese mismo año.
Tambores y caramelos
Semana Santa hellinera (impresiones)
Por Alejandro Tomás Ibáñez
«Artículo descriptivo de las fiestas de la Semana Santa hellinera» que ha obtenido el accésit al premio del señor Director del «Defensor de Albacete», en los Juegos Florales celebrados recientemente en Hellín.
VIERNES DE DOLORES
Noche apacible y de clara luna; ruido apagado y contínuo que viene de lejos, caravana interminable que dirige sus pasos al Calvario…
En la cima del montículo batahola de gentes risueñas y parleras y baraunda de tambores; al fondo, en un pequeño eremitorio, la imágen yacente de Jesús; al otro lado, la Necrópolis, donde reposan aquellos que otros años formaron parte de esta romería.
Este es el Viernes de Dolores, cuyas fiestas no tienen ningún atractivo encanto y a pesar de ello el pueblo entero las sanciona con su presencia, porque son como heraldo precursor que viniera anunciando las fiestas tan anheladas por todos los hellineros.
DOMINGO DE RAMOS
Palmas y ramos de olivo. Solemnidad religiosa en la Iglesia de la Asunción. Procesión sin imágenes, pero vistosa y de una gran fuerza emotiva.
Inusitada actividad en las cofradías que transportan de un lado para otro los empolvados tronos y sacan las imágenes de las hornacinas donde reposaron durante el año.
Ir y venir de caras conocidas, que la prolongada ausencia nos las hace confusas. Arcos triunfales, gallardetes y alegorías engalanando el Rabal, y sobre todo, impaciente espera… Si factible nos fuera, empujaríamos al tiempo hasta llegar al primero de nuestros días grandes, a…
MIÉRCOLES SANTO
El vetusto reloj de la Villa marca las dos; al conjuro de esta hora mágica han surgido un sinnúmero de encapuchados nazarenos de parduscas y deterioradas túnicas; todos ellos van provistos, de enormes tambores que redoblan con ahínco, cual si en un momento quisieran derrochar el ansia de redoble un año contenida; de vez en vez los estridentes sones de un clarín se destacan del incesante balamío, que a lo lejos semeja un ¡ay! prolongado y monstruoso.
La tarde avanza, y a amplía plazoleta de la Iglesia se vá poblando de una abigarrada muchedumbre Los nazarenos de las diversas cofradías, con las gayas notas de sus” multicolores indumentos, constituyen un cuadro polícrono y deslumbrador.
La Cruz, insignia de la inmensa tragedia que se conmemora, inicia el desfile, ocupan sus respectivos puestos los cofrades, y al ponerse en marcha la procesión, arrasa de las calles de su carrera a la chusma vocinglera que antes las invadía, quedando sumidas en un respetuoso silencio, que contrasta fuertemente con el anterior balamío.
Avanzan majestuosamente las imágenes, ricamente engalanadas por sus camareras que pusieron en contribución todo su valer para que su paso luciera ricas galas, y la muchedumbre que se agolpa en las aceras y balcones de la calle de tránsito hace animados comentarios de todas las innovaciones introducidas en cada hermandad.
Tras la Samaritana, sencillo grupo escultórico que nos recuerda el pasaje bíblico de la hermosa de Samaria, va La Oración del Huerto, vulgarmente conocido por “El Gordo” a causa de su enorme peso, para transportar el cual cual precisan treinta hombres bien fornidos. Síguenle La Negación de San Pedro y La Flagelación, grupo este de gran valor artístico, debido al cincel del gran escultor murciano Salcillo; después van La Caída, El Balcón de Pilatos, Jesús Nazareno, La Verónica, San Juan, La Magdalena, y corno digno colofón de tan brillante desfile, el amor de los amores de todos los hellineros; la sin par Dolorosa, también debida a la fértil inspiración del artista murciano y que constituye un legítimo orgullo de este noble pueblo de Hellín.
Ha terminado la procesión, y de nuevo los tamborileros atruenan el espacio con su tenaz parcheo…
La noche pone término a la desatada furia de los nazarenos; que se retiran jadeantes. pero no cansados de su voluntaria tarea. Poco después la calma es absoluta y el pueblo queda sumido en un silencio sepulcral.
JUEVES SANTO
Día de fervoroso recogimiento, en cuyo ambiente parece flotar un misticismo muy en consonancia.
La mujer hellinera, ricamente ataviada con mantilla de blandas, es la nota saliente de la jornada.
Una campana de lúgubre tañido llama a los fieles para los Oficios, solemnidad religiosa, Tras de la cual es conducida procesionalmente al Monumento, la Divina Forma…
Terminada esta ceremonia, un interminable cordón humano emprende su peregrinación por las iglesias y ermita; donde se levantaron monumentos, para rezar las estaciones, siendo ya desfile de gentes constantes hasta las altas horas de la madrugada.
Y llega la noche de este día; y con ella la “temible” legión de los encapuchados de túnica astrosa, irrumpe nuevamente, con más bríos que nunca, como si quisieran vengar en esta noche el silencio que la anterior les obligó a guardar.
El pueblo sacude la beatífica quietud en que ha estado sumido durante todo el día y de nuevo el barullo y la algarabía reinan por doquier. El Rabal se cuaja materialmente de personas, y las confiterías, abundantemente provistas de antemano; se ven rebosantes de público que compra los afamados caramelos, imprescindible complemento de estas típicas fiestas.
Y mientras las gentes se arremolinan en incesante vaivén, los tamborileros siguen redoblando sin tregua y promueven el enloquecedor clamor que ya no ha de cesar hasta mediada la maña del siguiente día.
VIERNES SANTO
Amanecer de primavera: Brisa embalsamada, con perfumes de mejorana y paraíso, enhiestas palmeras y almendros en flor orlan el paisaje que tiene por fondo el cielo de un fuerte azul turquí sobre el que se destaca la nívea blancura del Calvario. Por los caminos que a él conducen avanza la multitud, que vá ocupando los sitios estratégicos por donde ha de pasar la procesión.
El angosto camino de las Columnas serpentea la feraz huerta hellinera; por él avanzan trabajosamente la comitiva religiosa. El sol naciente que se asoma tras el otero donde se halla enclavado el Calvario, arranca de los ornamentos de las imágenes, metálicos reflejos que deslumbran, y a lo lejos, el pueblo ahora silente y desierto, nos dá la sensación de reposar sumido en un letargo.
Ha llegado la procesión: ante nuestra vista desfilan las mismas imágenes y cofradías que vimos Miércoles Santo, con la sola innovación de que en la de hoy figuran la imágen del Cristo Crucificado, y que Jesús y la Dolorosa van seguidos de penitentes que, cargados con enormes cruces y con los pies desnudos van cumpliendo una promesa.
Apenas ha coronado el montículo la última imágen, la compacta masa de gente que se apiñaba en la amplia explanada, se desparrama, y los caminos y las calles, poco antes desiertos, se van poblando nuevamente. Mientras tanto el ruido de los tambores no ha cesado ni un solo instante y los nazarenos, ya, con la cara flácida y los ojos sangrantes, hacen un supremo esfuerzo para seguir; sin interrupción, su agotadora tarea.
Nuevo desfile de la procesión para reintegrarse a la Iglesia y ermita de donde partió, últimos y desesperados toques de tambores, derroche de caramelos y después… nada; nuevamente la mística quietud, el silencio absoluto.
Entierro de Cristo: majestuosa y solemne procesión, la más cuidada de todas las nuestras; desfile lento y acompasado de las cofradías que, siendo las mismas, parecen otras; profusión de cirios encendidos que van dejando en el suelo, a su paso, las huellas de sus lágrimas de cera; saetas que vibran hirientes en el espacio, marcha de cornetas que semejan ayes plañideros, y cerrando el fúnebre cortejo, una música de acordes suaves y lastimeros.
¡Entierro de Cristo Hellinero! En mi alma dejas siempre una lacerante sensación de tristeza a tu paso. Yo he visto brotar lágrimas en los ojos de todas aquellas mujeres que en el Calvario reían gozosas, ante el donaire con que unos nazarenos las obsequiaban con el clásico caramelo, al escuchar la musiquilla de ultratumba que acompaña al Sepulcro, y he adivinado en los hellineros, como antes adiviné el deseo de que el tiempo corriese, el ansia de se todopoderosos y mandar detenerse el tiempo al tiempo hasta hacer interminable este momento cumbre de nuestra Semana Santa.